Un colosal año agrícola. Por Jaime Lamo de Espinosa

Esta excepcional cosecha tiene varias concausas: la expansión de los regadíos, las tecnologías agrarias y la favorable meteorología. Todo ello ha contribuido a hacer de este año una campaña histórica. Y ello lo manifiestan nuestros rendimientos de 4.620 kg/ha en trigo blando, 3.300 kg/ha en duro o 4.340 kg/ha en cebada, lo que supone incrementos de rendimiento en trigo blando y cebada de más del 50% sobre la cosecha pasada.

Un colosal año agrícola. Por Jaime Lamo de Espinosa

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

Hablamos poco de ello pero es relevante. La cosecha nacional de cereales de este año ha alcanzado un record histórico con 27,6 millones de toneladas (sin arroz), es decir, casi un 50% más que la última. Supera así todas las cosechas hasta ahora conocidas y de­muestra hasta qué punto la tecnología agraria, los consumos intermedios unidos a una muy favorable climatología pueden hacer cambiar las tendencias productivas.

El cereal ha sido siempre la base de nuestra agricultura durante los siglos pasados, aunque no lo es ahora. En los últimos años representa un 7%, aproximadamente, de nuestra PFA cuyo destino es la alimentación humana y animal y estas producciones no son capaces de abastecer ambas de­mandas, especialmente la de piensos que ab­sorbe casi la mitad de los Consumos In­ter­medios.

Esta excepcional cosecha tiene varias concausas: la expansión de los regadíos, las tecnologías agrarias y la favorable meteorología. Todo ello ha contribuido a hacer de este año una campaña histórica. Y ello lo ma­nifiestan nuestros rendimientos de 4.620 kg/ha en trigo blando, 3.300 kg/ha en duro o 4.340 kg/ha en cebada, lo que supone incrementos de rendimiento en trigo blando y ce­bada de más del 50% sobre la cosecha pasada. También se ha recuperado la cosecha de maíz grano de modo notable. Duplicamos los rendimientos que constatábamos hace años, en la Transición, de unos 2.200 kg/ha, que entonces fueron récord. Eso demuestra los grandes avances de nuestra agronomía. También el abandono de muchas tierras mar­ginales en la España vaciada.

Pero estas grandes cifras no nos impedirán seguir con nuestra tendencia importadora de cereales grano necesarios para cubrir la alimentación humana y pecuaria. Se­gui­mos siendo deficitarios y seguiremos importando alrededor de unos 8,5 Mt de maíz y unos 3 Mt en trigo blando. Importaciones que llegarán a precios altos pues la campaña de comercialización 2020/21 está mostrando una firmeza notable en los precios. La pandemia tiene mucho que ver con los acaparamientos de algunos países dada la in­cer­tidumbre general. China ha elevado la de­manda mundial fuertemente para cubrir la ali­mentación de su ganadería.

Esos avances de la agronomía cerealista se inician en el S. XIX. Ya he escrito que todo el gran salto demográfico del S. XIX re­sulta incomprensible sin una agricultura ca­paz de nutrir a esos millones de habitantes que los censos de la época arrojan. Entre 1800 (el Censo de Floridablanca –1787– daba un total de 10,4 millones) y 1860, Es­pa­ña crece en unos 5 millones de habitantes. Esa población pide pan. Y no le va a faltar.

Así, resulta que la alimentación de las clases trabajadoras mejora notablemente en el si­glo hasta el extremo de contar con unos 220 kg de pan por habitante y año, amén de un 10% de la producción de cereales destinada a la alimentación animal y un 5% a la exportación. Todo ello gracias a que la producción de cereales se dobló entre 1800 y 1869 mientras que la población había crecido en un 40% y un 50%. Las profecías de Malthus de comienzos del siglo (en 1798 publica su en­sayo en forma anónima y en 1803 ya con su firma) habían saltado por los aires. Y si­guieron saltando durante el comienzo del si­glo XX, hasta llegar en 1930 a 9,5 millones de hectáreas sembradas.

Juan Rivero, en su magnífica tesis doctoral “Los cambios técnicos del cultivo de ce­real en España (1800-1930)”, que tuve el ho­nor de dirigir hace pocos años, lo explica y analiza muy bien en uno de sus capítulos: en esa época se expanden los regadíos, se re­nuevan los instrumentos de cultivo y recolección en cereales, se difunden las aventadoras y los arados de vertedera fija o giratoria, así como máquinas de segar y de guadañar, se sustituyen los bueyes por el ganado caballar y mular para las labores con lo que se pierde en fertilización natural pero se gana en rapidez y se economiza mano de obra, co­mienzan a introducirse algunos abonos quí­micos.

Y sobre todo cambian los sistemas de cultivo. Así comienzan a emplearse de modo habitual las alternativas de cultivo y la ro­tación sobre las diferentes hojas, crece la su­perficie semillada, crecen los rendimientos unitarios –sólo eso explica el crecimiento de la producción comercializable sin un aumento paralelo de la superficie sembrada– y se in­troducen las leguminosas como alternativa usual (yeros, garbanzos, guisante en verde, etc.) lo que explica una mayor aportación de nitrógeno al suelo, etc.

Hay, como se ve, un mejor aprovechamiento de la tierra, una reducción de la su­per­­ficie en barbecho, y un aumento de las su­perficies sembradas de cereal y leguminosas, para consumo animal y humano. La aportación de nitrógeno atmosférico al suelo vía leguminosas y el aumento de los rendimientos del cereal corrieron parejos. Así el asolamiento trienal o las tierras al cuarto desaparecen progresivamente. El sistema al tercio pasa a ser ocupado por barbecho semillado y leguminosas. Así se extienden y generalizan las leguminosas y mejora la alimentación/nutrición de los españoles. Más tarde, en el S. XX la labor de surcos se sustituye por la “labor plana”. Nace lo que algún famoso agrónomo de la época llamó el cuidado inteligente del arte… Es de­cir la ciencia agronómica.

Basta con leer los párrafos reseñados en esta obra nacidos de la pluma y de la inteligencia de agrónomos notorios –algunos de ellos catedráticos de la Escuela de Ingenieros Agrónomos creada en 1855 bajo el reinado de Isabel II y el mandato del General Es­partero– como Antonio Sandalio de Arias, Pedro Julián Muñoz y Ru­bio, Eduardo Abela, José Cascón, Guillermo Quintanilla, y un lar­go etcétera, para comprender la inmensa labor de aquellos in­genieros agrónomos esforzados que supieron cambiar la faz de nuestras tierras agrícolas para hacerlas más productivas y para que fueran capaces de alimentar a una creciente población. Por eso Rivero habla de una visión alejada del pesimismo histórico, de una visión positiva de la agricultura del siglo merced a la inmensa obra de los agrónomos y los agricultores. Y tiene razón.

Y por los bajos rendimientos reclama Joaquín Costa en el S.XIX los regadíos y una fuerte política hidráulica. Porque los trigos de Aragón llegan a Barcelona o a La Coruña a precios superiores que los que arriban desde Ucrania o desde EE.UU y no son competitivos. Y, a su propuesta, se expanden las presas y los regadíos. Y se duplican rendimientos y los agricultores ven sus trigos crecer. Así nos lo recuerda el refranero: “Todo es nada, sino coger mucho trigo y cebada”, “De trigo, de avena, mi casa llena”.

Y Rivero destruye con ello la “teoría de la larga siesta” basada en estadísticas discutibles de Millet y de Vives y demuestra que nuestra agricultura no estuvo adormecida mientras que crecían las de Alemania, Francia o Inglaterra. Al contrario, el S. XVIII preparaba la “intesificación” y así las hambrunas desaparecen en el S.XIX.

Y a ellos hay que añadir todos los del S.XX y S.XXI con la progresión en el avance científico y técnico. También el XXI está preparando la “nueva agricultura” digital (4.0) y ecológica. Y avanza con éxito. Los resultados de los cereales ya comentados son una buena muestra. Un colosal año agrícola. Una excepción en medio de los males económicos que nos está trayendo la pandemia. La agricultura –todo el sistema agroalimentario– está resistiendo bien y con buenos índices –esto lo prueba– el acoso del Covid-19. Ojalá cerremos así el año y veamos con mayor optimismo desde la salud y la economía el nacimiento del 2021.

Un cordial saludo

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