Necesitamos una nueva política forestal. Por Jaime Lamo de Espinosa

Estamos ante megaincendios que requieren de nuevos métodos de planificación, ataque y extinción. Es un modelo diferente que exige una nueva ordenación urbanística de los municipios próximos a áreas forestales y una innovadora estrategia de extinción. Y esa lucha pasa por la prevención y cuidado de los montes y masas forestales y por los nuevos “paisajes cortafuegos”.

Necesitamos una nueva política forestal. Por Jaime Lamo de Espinosa

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

Septiembre ha finalizado con unas 10.000 hectáreas de monte arbolado de pinos, pinsapos –especie restringida y específica de la zona sur de España y que es una reliquia– etc., que han quedado calcinadas en las primeras semanas del mes en la sierra Bermeja de Málaga. Menos mal que las lluvias generadas en los últimos días de fuego contribuyeron a su extinción final.

Ha sido un terrible incendio. Ha muerto, desgraciadamente, un bombero en las labores de extinción, un helicóptero de Infoca sufrió un accidente chocando contra un árbol y parece a todas luces que ha sido intencionado. Y dicen los expertos que ha sido un incendio de sexta generación, es decir que es capaz de modificar la me­teorología de su entorno con potentes columnas de aire caliente que desprenden con tanta energía que generan sus propias nubes o tormentas. El cambio climático también ha llegado aquí. Esta nueva generación de incendios, los pirocúmulos, no es específica nuestra y son casi imposibles de extinguir. Así, los sufridos en Australia, California o Portugal en 2017 con 67 fallecidos hablan por sí solos de su gravedad. Y en 2016 uno en Alberta, Ca­na­dá, devoró 200.000 hectáreas. Son megaincendios. Aquí ha sido preciso evacuar Genalguacil, Faraján, Jubrique, Pajerra, Al­pendeire, Casares… Una zona que fue poco a poco, demográficamente abandonada para trabajar en la costa y donde los vecinos restantes se han venido quejando del abandono de esas masas forestales. Hoy, cuando regresan esos vecinos solo encuentran silencio, cenizas, negrura y destrucción. El bosque, su música, su so­nido ha muerto.

Hasta el 5 de septiembre habían ardido en toda España, unas 75.547 hectáreas (se­gún Transición Ecológica), frente a 46.925 hectáreas del año anterior, que fue un año, por la pandemia y los confinamientos, de me­jor comportamiento en materia de incendios forestales. Si añadimos estas 10.000 hectáreas estaremos ya en unas 85.000 hectáreas. Cifra ésta muy elevada porque además siguen y seguirán hasta fin de año, otros incendios de me­nor dimensión en otras regiones de España. Y no olvidemos las 12.000 ha per­didas en Navalacruz, en Ávila, este ve­rano, aunque no fuera de sexta generación.

Recuerdo en los años de mi mandato ministerial, al gran ingeniero de montes y director general de ICONA, José Lara, cuando me repetía que éramos –somos– el tercer país de Europa en superficie fo­restal pues una mitad aproximadamente de nuestra geografía es forestal (arbolada y desarbolada) y la otra es la llamada su­perficie agrícola útil (SAU). Y el ICONA se ocupaba, pues, nada menos que de una mitad. Existen unos 26 millones de hectáreas forestales, de las que 18,7 son arboladas y de estas 6,3 son públicas (Estado, CC.AA y ayuntamientos), 2,2 son de propiedad dudosa y además están los montes vecinales en mano común. El resto, unos 10,5 millones de hectáreas son de propiedad privada.

Es evidente que los montes de particulares suelen ser más eficientes en la ge­neración de rentas económicas que los pú­blicos, en forma de cortas de madera, leñas, actividad cinegética y conexas, etc. Y en cambio la mayor parte de los montes públicos –no todos, desde luego– son hoy fuente de gasto de ayuntamientos y co­munidades por lo que otras medidas ur­gen­tes y sociales preceden en el gasto a las medidas contraincendios. Sí, mu­chos municipios y CC.AA desarrollan es­ca­sa­mente las medidas de prevención y conservación, dadas sus precarias situaciones financieras.

Durante siglos esos montes llegaban al verano en otras condiciones. Los vecinos, los paisanos, los agricultores y ganaderos, explotaban esas masas forestales. Había que aprovechar la leña, las piñas, las jaras o las ramas secas, los troncos caídos, etc. para calentarse, el sotobosque era pasto del ganado extensivo, ca­bras y ovino sobre todo, fauna salvaje, –corzos, jabalíes, ciervos, conejos– y los montes no acumulaban matorral en las proporciones que hoy encontramos. Los vecinos precisaban del monte para calentarse en invierno. Luego llegó el butano y el gasóleo y la electricidad, y más tarde los vecinos abandonaron los pue­blos, de­saparecieron los “gabarreros”, los mon­tes y sus frutos ya no se precisaban, ni se pisaban… Ade­más, hoy la madera se usa cada vez menos en la construcción, no se limpian tanto los caminos rurales, no se abren más y más cortafuegos, se realizan pocas po­das y desbroces con la intensidad de an­taño. La despoblación, el vaciamiento ru­ral produce estos efec­tos. Esta España Vaciada acumula más masa forestal y más energía que nunca conocimos. Y hay más sequía y casi nulo pastoreo.

He escrito muchas veces en estas pá­gi­nas que un viejo guarda forestal, San­tia­go Arroyo, amigo mío, de San Lorenzo de El Escorial, en Abantos, me decía mu­chas veces cuando yo era ministro: “Los fuegos se apagan en invierno”, significando con ello que la limpieza de los montes permitía en aquellos años evitar miles de incendios y su gravedad. Sufrí mucho en­tonces en los incendios forestales que solo dependían del Ministerio. Los de Va­lencia y Castellón fueron horribles.

Hoy desgraciadamente, muchos montes se cuidan escasamente o mal y llegan algunos años al verano convertidos en pura yesca, donde una cerilla, un cristal, una colilla, o un deseo intencionado de incendiar, a veces por problemas de lindes entre vecinos, lo que suele ser frecuente, provocan masas de fuego difíciles de controlar pese a los aviones, helicópteros y personal de extinción.

Pero, es más, cuando yo era ministro de la cosa, los datos de ICONA nos decían que el 42% de los fuegos eran por causa intencionada. Y todavía hoy mu­chos de los fuegos –este de Málaga lo pa­rece– son intencionados.

Y no hay que olvidar que a todos nos interesa la conservación de los sistemas boscosos que evitan la erosión, influyen en el clima, aportan valor paisajístico, son los mayores sumideros de CO2 y por tanto de gases de efecto invernadero, y producen oxígeno. Un árbol secuestra unos 50 kg, en promedio, de CO2 al año por unidad, equivalente al emitido por 10.000 co­ches. Si 20 millones de hectáreas absorben 48 millones de toneladas de CO2 (Universidad de Sevilla), estas 10.000 hectáreas perdidas habrán dejado de eliminar 24.000 toneladas al año. Otro drama del in­cendio medido en términos climáticos. Y los estamos perdiendo cuando al tiempo los costes de emisión crecen sin parar in­fluyendo negativamente incluso en el coste de la energía eléctrica. Y esto va en contra del crecimiento verde que a día de hoy es la corriente principal y consiste en “fomentar el crecimiento y el desarrollo económicos, al tiempo que se garantiza que los activos naturales continúen proporcionando los recursos y los servicios ambientales de los que depende nuestro bienestar”, según la OCDE.

Sierra Bermeja ya nunca será igual. Los vecinos están “quemados” por lo ocu­rrido y con razón. Pero la lucha en nuestros montes contra el fuego tampoco puede seguir siendo igual porque estamos ante megaincendios que requieren de nuevos métodos de planificación, ataque y extinción. Es un modelo diferente que exige una nueva ordenación urbanística de los municipios próximos a áreas forestales y una innovadora estrategia de extinción. Y esa lucha pasa por la prevención y cuidado de los montes y masas forestales y por los nuevos “paisajes cortafuegos”.

El bosque y el turismo rural sostenible (oleoturismo, enoturismo, caza, pesca, etc.) tan importantes para luchar contra la España vacía, exigen quizás un ministerio más ejecutivo y vinculado directamente a es­tos fines. Se necesita una nueva política forestal, muy activa contra el incremento desordenado de la biomasa y su combustibilidad. ¿Debería volver a situarse esta competencia en el Ministerio del campo, en Agricultura, Pesca y Alimentación, como lo está en casi todos los estados miembros de la FAO? ¿Ese es el lugar na­tural de los ingenieros de montes, los agentes forestales y los servicios forestales, sin perjuicio de las tareas normativas, horizontales, de Transición Ecológica y Reto Demográfico? Es momento para re­flexionar sobre esas cuestiones.

Desde el MAPA, el ministerio de lo agrario y lo rural, y las autonomías, hay que programar y potenciar la financiación de esas limpiezas de montes, públicos so­bre todo, para prevenir estos graves acontecimientos. E incluso habría que do­tar la PAC, con importantes fondos específicos que sirvieran para subvencionar las hectáreas emisoras de oxígeno y absorbentes de CO2 en cantidad igual a la de las sanciones de aquellos que emiten ese CO2.

Terminando estas líneas, comienza la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la isla de la Palma, con una intensidad aterradora. Los daños van a ser im­portantes en bienes materiales, casas, fincas, etc. Confiemos en que no haya da­ños personales y en que afecte poco a los miles de hectáreas de plataneras, pino canario y laurisilva del parque…¡Suerte!

Finalmente, en nombre de toda Vida Rural y en el mío propio vaya nuestro más sentido pésame por el bombero fallecido en Málaga y nuestra más sincera felicitación por la intensa labor y eficacia de Infoca, las BRIF, la UME, la Guardia Civil y todos los que jugándose la vida han lu­chado denodadamente en la extinción de Sierra Bermeja y en los que lo hacen aho­ra en La Palma.

Un cordial saludo

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