Los mercados de cereales al alza por el riesgo bélico en Ucrania. Por Jaime Lamo de Espinosa

Los mercados de cereales al alza por el riesgo bélico en Ucrania. Por Jaime Lamo de Espinosa

La volatilidad de los mercados de cereales es extrema en estos momentos. Los futuros del Chicago Board of Trade y del Matif parisino así lo acusan. Y las lonjas españolas ya están viendo ese reflejo. Si a ello se añadiera este conflicto perturbador veríamos una inflación mundial de los cereales y por tanto de los piensos.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

Aunque en mi última Carta anunciaba que en esta trataría del cambio climático y sus efectos sobre la agricultura, los recientes su­cesos alrededor de Ucrania me llevan a examinar este tema en sus consecuencias agronómicas. Y lo hago arrancando de una Tercera que publiqué en ABC en el año 2008, “Otra visión del conflicto entre Rusia y Georgia”, premonitoria, donde tras criticar la inexistencia de una política exterior co­mún en la UE, finalizaba con las siguientes líneas: «hay que integrar cuanto antes a Georgia y Ucrania en la Unión Europea». No se ha hecho, desgraciadamente. Y eso es concausa de lo que nos está ocurriendo.

En aquellas últimas semanas de septiembre, todos habíamos seguido con pre­o­cupación las cuestiones relativas a las ac­ciones de invasión y conflictos armados en Georgia (estado independiente desde 1991) y cómo Rusia había desafiado a EE.UU, a la UE y a la OTAN, reconociendo a Osetia del Sur y a Abjasia. El Mar Negro se convirtió en centro de una enorme actividad naval. Las lupas se concentraron so­bre los intereses petroleros/gasísticos y portuarios que tal maniobra encerraba.

Yo traté de exponer algo que para mí for­maba parte del epicentro de aquella aventura: la creciente relevancia internacional del Mar Negro como centro (ya lo fue durante siglos) del comercio de cereales –Ucrania era el granero de Europa– en una hora en que el cereal había adquirido un nuevo protagonismo estratégico, económico y político en las relaciones internacionales por la seguridad alimentaria mundial y por la creciente demanda de biocombustibles. Y, al tiempo, la cuasi nula presencia portuaria –entonces, hoy es diferente– de Rusia en el Mar Negro. Ambas estaban y están relacionadas.

Rusia perdió gran parte de su costa con el Mar Negro a raíz de la desmembración de la URSS (1991) pero lo­gró mantener su po­tente armada en Se­bastopol, en la pe­nínsula de Crimea que era territorio de Ucrania, pues desde marzo de 2014 es ya te­rritorio ruso, si bien no re­conocido internacionalmente. Geo­estra­té­gi­camente era y es relevante para Rusia esta región.
Hoy, en términos agrícolas, el Mar Ne­gro es el vórtice donde converge la producción de más de 300 millones de hectáreas de tierras agrícolas, entre las que figuran las más fértiles (las tierras negras) del mun­do. Ya nuestro Joaquín Costa –el León de Graus– comparaba los precios de los cereales en sus secanos del Alto Aragón con los precios a los que llegaban los de Ucrania a Barcelona y de ahí concluyó con la necesidad de su famosa política hidráulica.

Mientras la URSS existió sus producciones nunca fueron importantes. Sus es­tructuras políticas y productivas lo impidieron pese a sus grandes programas económicos; era un país importador. España, in­cluso, exportó a la vieja URSS de Brézhnev más de 1 millón de toneladas de trigo en 1981 (era yo ministro). Seguro que Putin re­cuerda que durante la Guerra Fría fueron los cereales estadounidenses los que acudieron en su socorro año tras año y aquellas ayudas a su alimentación mitigaron, en mucho, buena parte de las aspiraciones expansionistas del viejo imperio soviético.

Pero hoy Ucrania (país semejante en di­mensión y población a España) es el quinto mayor exportador de cereales y piensos del mundo, un 75% de su cosecha total. Dos países fronterizos al Mar Negro producen unos 178 millones de toneladas de ce­reales (109 millones en Rusia, 69 millones en Ucrania) y otro, cuasi fronterizo, Kazajstán, 20 millones de toneladas. Casi 200 en total. Y tienen un alto potencial de crecimiento. Porque sus rendimientos pueden aumentar exponencialmente mediante la mecanización de grandes parcelas y grandes explotaciones, mejora genética en semillas, más abonado, etc. Y los trigos kazajos son muy favorables al transporte y conservación. Es por ello obvio que un conflicto armado en­tre Rusia y Ucrania, puede ocasionar –si se produce– graves problemas en el comercio alimentario del mundo.

Pero no debería ser así. La última Nota Informativa de la FAO (3/2/2022) pronostica niveles mundiales récord de producción y comercio de cereales en 2021/22 con un li­gero aumento de las producciones de Ru­sia y Ucrania. Luego no debería haber problemas alimentarios globales si no se dan problemas bélicos o semejantes. Es solo, en ese contexto de posible invasión y ocupación del territorio, en el que esas altas demandas mundiales de cereales y oleaginosas para alimentación y biocombustibles pueden arrastrar a altísimos precios de las materias primas agrarias. No olvidemos que las zonas cerealistas de Ucrania puedan ser precisamente el escenario del despliegue militar y posible línea de fuego de un conflicto a gran escala en cuyo caso sí peligrarían los suministros de cereales y materias primas para piensos. Y España es gran importadora de Ucrania de maíz y girasol.

El índice FAO de cereales de 2021 no ha dejado de crecer. El precio del trigo acaba de superar los 300 USD/t en contratos a mayo. La volatilidad de los mercados de cereales es extrema en estos momentos (Ver J.Murillo. AgroNegocios 7.2.2022). Los futuros del Chicago Board of Trade y del Matif parisino así lo acusan. Y las lonjas españolas –León ha subido esta semana 2 euros si­tuándose el trigo en 280 €/t– ya están viendo ese reflejo. Si a ello se añadiera este conflicto perturbador veríamos una inflación mundial de los cereales y por tanto de los piensos, que nos recordaría en mucho aquellas otras de los años 2008 a 2011, que inflamaron por hambruna –además de las razones políticas entonces existentes en esos territorios– los países árabes con serios conflictos internos.

Aquella, llamada “primavera árabe”, se vivió con se­rios conflictos en Mauritania, Sudán, Yemen, Túnez, Egipto, Si­ria, Marruecos, etc. Muchos analistas coinciden en señalar que los altos precios de los alimentos estimularon aquella “primavera árabe” (ver Alberto Priego, UNISCI nº 31, de 2013). Y recordemos el famoso gráfico de Lagi, Bertrand y Bar-Yam, sobre aquella crisis (physics.soc.-ph, agosto 2011) donde se veía claramente la co­rrelación existente entre las alzas de los precios FAO entre 2008 y 2011 y las revueltas –los food riots– de los diferentes países árabes en cada situación alcista.

Comprenderán los lectores que mi pensamiento vaya hoy por estas otras sendas agrarias. Nostradamus, en 1555 profetizó para este año, graves consecuencias climáticas, mencionando precisamente el Mar Negro (“Como el sol, la cabeza sellará el mar resplandeciente, los peces vivos del Mar Negro casi hervirán”), y una fuerte crisis económica que aumentaría el hambre y los precios de los alimentos “la miel costará mucho más que la cera de las velas; tan alto el precio del trigo”… el precio del trigo…

Una fuerte crisis que aumente el hambre con una previsible inflación de los alimentos es hoy un riesgo potencial si el comercio de cereales de la zona se perturbara por razones bélicas en un conflicto internacional. En esa guerra –ojalá no la haya, yo creo que no la habrá, que estamos en un mundo de amenazas, no de conflicto– no habrá un ganador. Todos seríamos perdedores. Confiemos en que la sensatez, la prudencia y el deseo de no llegar muy lejos prevalezcan y veamos una desescalada rápida que elimine este problema del horizonte.

Un cordial saludo

 

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