Breves apuntes sobre el trabajo de los asalariados agrícolas*. Por Eduardo Moyano Estrada

El trabajo asalariado agrícola suele asociarse todavía a su baja cualificación, lo que hace pensar que cualquiera puede realizarlo. Además, sigue presente en la opinión pública la idea de que es un trabajo mal remunerado y que se realiza en condiciones de precariedad.

Breves apuntes sobre el trabajo de los asalariados agrícolas*. Por Eduardo Moyano Estrada

Eduardo Moyano Estrada. Catedrático de Sociología. (IESA-CSIC).

El término “peón” con el que se denominaba hasta hace poco a los que trabajan en el campo, abunda en la idea de que es un trabajo para el que no se requiere especiales habilidades, ocupando quien lo ejerce el escalón más bajo de la consideración social.

Asimismo, el término “bracero”, también utilizado para denominarlo, señala ya el sentido que la sociedad le ha venido dando a un trabajo que, a ojos vista, parece realizarse sólo con la fuerza bruta de los brazos sin mediar inteligencia alguna para ejercerlo.

Además, el calificativo de “temporero», “eventual” o “jornalero” indica también su carácter estacional (temporal) y su remuneración diaria o a jornal.

Esta es la percepción social que todavía se tiene del trabajo agrícola, la que permanece aún en el imaginario colectivo de mucha gente. Pero cabe preguntarse si esa percepción se ajusta o no a la realidad actual del trabajo en el campo, o si está ya desfasada de lo que realmente es el trabajo en la agricultura del siglo XXI.

El trabajo en la agricultura del siglo XXI

Como se sabe, muchas de las labores agrícolas están ya parcial o totalmente mecanizadas o son externalizadas a empresas de servicios (poda, siembra, escarda, tratamientos fitosanitarios, recolección…) Pero aún hay labores que, en algunos cultivos (hortícolas, frutales, viñedos y olivares tradicionales…), los agricultores necesitan recurrir al trabajo asalariado.

A pesar de la indudable mejora producida en las condiciones en que se desarrolla el trabajo agrícola, así como en los salarios y derechos laborales, es una realidad que trabajar en el campo sigue siendo duro por el simple hecho de que se realiza a la intemperie.

Si a eso se le añade su carácter temporal (solo se cobra el día que se trabaja), es fácil de comprender que, en los países que han alcanzado un elevado nivel de bienestar, el trabajo agrícola sea poco atractivo para la población.

Eso explica que, en estos países, sean los inmigrantes los que suelan realizar dichos trabajos. Así ha ocurrido en Francia con la tradicional inmigración andaluza a sus áreas de viñedo, y sucede ahora con la procedente de países centroeuropeos o subsaharianos. También ocurre en los EE.UU. con la inmigración mexicana (chicanos) a las grandes plantaciones de California.

El trabajo agrícola durante el coronavirus

En el caso español, la dependencia que tiene el trabajo agrícola respecto de la población inmigrante se pudo comprobar ya en los primeros días del estado de alarma por la COVID-19. El cierre de fronteras produjo una reducción tan drástica de la mano de obra inmigrante, que llegó a poner en riesgo la continuidad de la actividad agraria, considerada como esencial para el abastecimiento de alimentos.

Ante la gravedad de la situación, el gobierno flexibilizó el estado de alarma para autorizar por razones laborales los desplazamientos interprovinciales, aliviando así el problema ocasionado.

En ese contexto, se animó a los desempleados por la paralización de las actividades económicas no esenciales, a que fueran al campo a realizar las faenas agrícolas habituales de la primavera (recogida de algunos productos frutales u hortícolas). Sin embargo, ese efecto “llamada” fue menor de lo esperado.

Hubo personas desempleadas de la industria y los servicios que decidieron aprovechar la oportunidad que les brindaba el sector agrario, pero la realidad es que, una vez allí, muy pocos permanecieron en el tajo. La dureza del trabajo agrícola influyó, sin duda, en ello, pero también el darse cuenta de que muchas de las labores agrícolas no las puede hacer cualquiera, ya que requieren una formación, conocimiento y habilidades, que no tiene la mayoría de los trabajadores procedentes de otros sectores.

Un trabajo cada vez más cualificado

Los que fueron esos días a trabajar en el campo comprobaron que, además de duro, no es tan fácil como creían recoger cebollas o lechugas, participar en la recogida de naranjas, trabajar en un invernadero o integrarse en una cuadrilla para la recolección de la fresa.

Han comprendido por qué los agricultores no contratan al primero que se les presenta en su explotación, sino que comprueban antes sus habilidades, su actitud y su conocimiento. No es extraño, por tanto, que las cuadrillas de trabajadores en una explotación sean las mismas de un año a otro, con muy pocas variaciones, pues esa continuidad es lo que le asegura al agricultor que las tareas agrícolas serán bien realizadas.

En la situación cada vez más tecnificada de la agricultura y con las crecientes exigencias del mercado en cuanto a tipificación y calidad del producto, el trabajo agrícola requiere un cuidado y un grado de cualificación tal de la mano de obra, que nada tiene que ver con la que se demandaba hace unas décadas.

El trabajador agrícola de hoy no tiene nada de bracero, ni de peón, como el de antaño, ya que, para desarrollar su actividad, necesita utilizar no sólo la fuerza de sus brazos, sino también la habilidad y su inteligencia. El trabajo agrícola requiere hoy una cualificación igual o mayor incluso que la exigida en muchas actividades del sector servicios.

Sigue teniendo, en efecto, mucho de “temporero”, debido a su estacionalidad, como sucede en el sector turístico, por ejemplo. También, por supuesto, tiene mucho de “jornalero”, como le ocurre a muchos trabajadores temporales y precarios de otros sectores, que son hoy contratados por días e incluso por horas a través de las aplicaciones de teléfono móvil que han sustituido a las antiguas plazas del pueblo (jornaleros globales).

Un trabajo aún poco valorado

Sin embargo, la consideración social que aún persiste en la opinión pública a la hora de valorar el trabajo agrícola, es más baja que la que reciben esos otros empleos, tan eventuales y temporeros, e incluso más, que el de los trabajadores del campo.

En el fondo de todo eso está la aún baja valoración social de la profesión agrícola, que incluye tanto el trabajo del agricultor, como el del asalariado que le ayuda en su explotación, siendo muy importante en ambos casos el papel que desempeñan las mujeres, un trabajo invisible por lo general.

De ahí que la importancia reconocida a la agricultura en el abastecimiento de alimentos durante la pandemia del coronavirus, sea una buena ocasión para que se valore y dignifique el trabajo que hay detrás de todo el proceso de producción agrícola y ganadera.

En el caso de los asalariados agrícolas, su dignificación exige, además de salarios ajustados a la actividad que realizan, garantizarles, al menos, unas condiciones adecuadas de alojamiento y habitabilidad, sobre todo cuando se trate de población inmigrante.

Esto es algo que preocupa a las organizaciones agrarias, y por lo que se esmeran la gran mayoría de agricultores que los contratan, pues saben la influencia que todo eso tiene en la reputación de los productos agrícolas españoles en el mercado europeo.

En definitiva, el trabajo asalariado en la agricultura de hoy es una actividad cada vez más cualificada e imprescindible para el funcionamiento de la cadena alimentaria. Por eso, debe recibir el reconocimiento que merece, pero del que aún carece en la escala de valoración social de las profesiones. 

*Publicado en diariorural.es el pasado 7 de junio de 2020.

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