Ser o no ser… DOP

Miguel Ángel Mainar
Director de Agronegocios. Autor en periodismoagroalimentario.com
Hace muy bien el refranero al advertirnos de que determinados polvos pueden traer lodos en los que atascarse. Pero el ser humano es contumaz complicándose la vida y generando polvaredas más o menos voluminosas que acaban generando lodazales más o menos profundos.
Esperemos que las disputas que acaban de comenzar en el seno del ibérico no terminen en la batalla que muchos ya dan por hecha, porque este sector no deja de ser otro emblema de la marca España, de su ganadería, de su alimentación y de su sostenibilidad.
Lo que no quiere decir que esté libre de problemas, intrigas, ataques y politiqueo. Como pasa en el mundo del aceite o del vino, sin ir más lejos. Todos ellos productos-país amparados de forma importante por indicaciones geográficas y otras normas que deberían tenerlos más protegidos frente a sus debilidades.
Pero no siempre es así y la norma de calidad del ibérico de 2014 ya fue muy discutida desde su nacimiento, como recuerdan desde la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en el reportaje que viene un par de páginas más allá de esta. ¿Aquellos polvos son responsables de estos lodos? Seguro que algo tienen que ver.
Con disculpa de la autocita, en mi blog escribía por aquellos días: “Crear normas, aunque se diga que es para poner orden, llega un momento en que no deja de ser una forma más de mirar para otro lado, por eso son complejas, difíciles de entender y confusas para el consumidor. El legislador, que suele analizar la realidad en número de votos reales y potenciales, quiere dar cabida a todos bajo su manto protector, a los buenos, a los mediocres y a los malos, olvidando que cuando se habla de calidad solo se puede amparar a los primeros. Con los otros, que haga el mercado lo que quiera”.
Era el análisis de un mero observador, sin más. Acertado o no, vaticinaba que la norma iba a ser muy discutida y una década después, este mismo año, en el madrileño Salón del Gourmet un ganadero de Guijuelo, la zona cero de la actual polémica, afirmaba: “La norma de 2014 está mal hecha y genera mucha confusión. Es para determinados operadores”. Y no lo hacía en un corrillo de amiguetes, sino públicamente, con micrófono, en una mesa redonda organizada en un estand de esta denominación de origen.
Se quejaba el ganadero que la norma de calidad no garantizaba que el animal hubiera estado en el campo, una de las principales señas de, precisamente, calidad. Y calificaba de estafa la existencia de leyes que luego no se cumplen.
Es decir, la norma del ibérico lleva más de 10 años creando insatisfacciones. Se podrá decir que cualquier norma las crea, pero es lógico que las genere entre aquellos a los que no ampara, no entre los que deberían sentirse protegidos por ella.
No puedo entrar a valorar el paso dado ahora por Guijuelo desde el punto de vista normativo, pero creo que objetivamente se puede decir que supone una rebaja de la calidad. El consejo regulador habla de ampliación, no de rebaja, pero cuando un catálogo se amplía hacia abajo, la calidad global de la oferta sufre el correspondiente desvío. Más cuanto más peso específico tenga el nuevo producto en el conjunto de la oferta. Y esto último es lo que determinará el efecto final de la medida.
Más allá de este problema puntual, el asunto debería servir para realizar una reflexión importante sobre lo que les pedimos a las indicaciones geográficas y lo que estas ofrecen, porque, unas más y otras menos, todas tienen cuitas parecidas y lo que está en juego es, ni más ni menos, la reputación de toda la familia.
Hasta ahora ha sido tan buena que la palabra DO o DOP se ha convertido en expresión popular para señalar admiración por algo, en metáfora para la excelencia de cualquier tipo. Sin embargo, el excesivo uso marquetiniano que las propias DO realizan de su designación, más centrado en el mercado que en la calidad, más en las ventas que en el origen, más en la cuenta de resultados de los operadores que en el hecho cultural que representan, con constantes cambios hacia la laxitud en los pliegos de condiciones, es el gran peligro que las acecha.
¿Alguien se acuerda de los vinos de reserva y gran reserva? Fueron productos premium, bien pagados, y hoy casi no se ven en los lineales. Se aducirá que los gustos del consumidor han cambiado, pero ¿cuánta culpa tiene el ‘tinto roble’, explicitado o no en la etiqueta?