Normas alimentarias homologables a ambos lados del Atlántico
Por: José Antonio Turrado. Secretario general Asaja Castilla y León.
Uno de los flecos del reciente acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos, del que sabemos muy poco, es actuar sobre las barreras regulatorias, ahora existentes en materia sanitaria, en esos intercambios comerciales de alimentos. Estados Unidos nunca ha entendido que Europa se ponga estupenda vetándole la entrada de sus productos con el pretexto de que no cumplen las normas sanitarias, se supone que más exigentes, del viejo continente.
Y es que, siendo Estados Unidos uno de los países del mundo pioneros en la seguridad alimentaria, se da la paradoja que tienen autorizadas para la producción animal hormonas, naturales o no, que están prohibidas, presuntamente por nocivas, en la Unión Europea. Es el caso de la oxitocina en la producción de leche, una hormona natural que tiene como único efecto facilitar la contracción de las células mamarias durante el ordeño y, a consecuencia de ello, incrementar la producción por lactación. Consideración similar tiene la producción de cultivos transgénicos, una tecnología maldita en Europa, pero generalizada en América y en otros muchos países de los llamados emergentes, que son grandes exportadores de alimentos. Estas barreras regulatorias, con una base en normativa fitosanitaria o zoosanitaria han sido, antes de ahora, motivo de disputa en las relaciones comerciales, objeto de denuncia en el seno de la Organización Mundial del Comercio y motivo, no el único, que no ha permitido avanzar en acuerdos comerciales anteriores entre EE.UU. y la Unión Europea.
Europa va a hacer concesiones importantes en estas barreras comerciales en materia de sanidad o salud pública, por mucho que los más puristas se rasguen las vestiduras. Y estas concesiones pondrán una vez más de manifiesto que, lejos de imponerse cláusulas espejo, se aplicará un rasero distinto para los productos importados al que se aplica a los productores locales, en este caso a nosotros, a los agricultores y ganaderos españoles. Y como la economía es la que manda, y como lo que hay que hacer valer ahora es el apretón de manos de Trump y de Ursula von del Leyen, los científicos europeos y los organismos independientes que velan por nuestra salud, que han inspirado esas normas más restrictivas que tenemos, se callarán la boca o, quizás, si así se lo exigen, emitirán informes que digan una cosa y la contraria.
Llegado a este punto, al de un acuerdo comercial que será duradero en el tiempo y en el que Estados Unidos ha impuesto sus condiciones, lo que quiero defender es la necesidad de que la América más desarrollada por un lado -EE UU y Canadá- y por otro la Unión Europea, compartan normas comunes en materia de producción agrícola y ganadera. Algo tendrán que copiar los americanos de los europeos, y viceversa, y el objetivo deber de ser entenderse. No puede haber una salud pública distinta a un lado y a otro del Atlántico, debe de ser la misma, y por ello ha de llegarse a un consenso sobre qué prácticas agroganaderas deben de estar o no prohibidas y cuáles autorizadas, y debe de ser un espejo en el que obligatoriamente tengan que mirarse, y copiar, otros países, desarrollados o emergentes, que quieran participar en el comercio internacional.