Los agricultores y la Agenda 2030. Por Eduardo Moyano Estrada

Los agricultores y la Agenda 2030. Por Eduardo Moyano Estrada

En las tractoradas de estas últimas semanas, me ha llamado la atención las feroces críticas de los agricultores contra la Agenda 2030, a la que convierten en el blanco de toda la ira acumulada en la protesta.  

Por Eduardo Moyano Estrada*. Ingeniero agrónomo y sociólogo. Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

En una de esas manifestaciones fue especialmente llamativo el desfile de niños conduciendo tractores de juguete con pancartas en las que se podían leer proclamas como “La Agenda 2030 nos mata”,La Agenda 2030 es la ruina del campo” u otras por el estilo.

Son proclamas que, con intención o por ignorancia, coinciden con el discurso identitario de los grupos de extrema derecha contra la que llaman despectivamente “agenda globalista”, considerando a la Agenda 2030 culpable de todos los males que asolan a las sociedades de hoy.

Estos grupos, que enarbolan la bandera del viejo proteccionismo y el cierre de fronteras, se han ocupado, con éxito, de extender el mensaje de que la Agenda 2030 es el ariete utilizado por los lobbies económicos y políticos contra la civilización occidental.

Lo preocupante es que estos mensajes “conspiranoides” están calando entre una gran mayoría de los agricultores europeos, que ven en la Agenda 2030 (y en el Pacto Verde Europeo, su más preclara expresión) la causa de muchos de los problemas que afectan al sector agrario. Así, temas como la hegemonía ecologista, el poder omnímodo de los mercados, la competencia desleal de terceros países, el vaciamiento de presas y embalses, la deriva “verde” de la PAC, los ecorregímenes, las condicionalidades ambientales para el cobro de las ayudas directas… son atribuidos a la Agenda 2030.

Cabe preguntarse qué hay de verdad en esas críticas y qué de ignorancia o confusión respecto al significado y contenido de la Agenda 2030.

Significado de la Agenda

Justo al finalizar el periodo establecido en la Declaración del Milenio (2000), la Asamblea General de Naciones Unidas aprobaba por unanimidad el 25 de septiembre de 2015 la Agenda para el Desarrollo Sostenible (conocida como “Agenda 2030” por fijar en ese año el horizonte temporal de las acciones previstas en ella).

La Agenda recogía el relevo de la anterior declaración y ampliaba los ocho objetivos de aquélla a los 17 que forman su actual plan de acción en pro del desarrollo sostenible en sus dimensiones social, económica y medioambiental.

Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 cubren un amplio elenco de áreas temáticas relacionadas con el bienestar y la prosperidad de la población: salud, educación, infraestructuras, medio ambiente, alimentación, consumo, conectividad, transporte, recursos hídricos, energía, empleo, igualdad, biodiversidad, espacios forestales, mares y océanos…

La Agenda, la más ambiciosa de todas las aprobadas por Naciones Unidas, rige los programas nacionales y regionales de desarrollo en el periodo 2015-2030, comprometiendo a los Gobiernos a emprender acciones y librar recursos económicos y humanos para avanzar por la senda de la sostenibilidad.

No obstante, son los gobiernos nacionales los que fijan sus propios ritmos y metas a la hora de aplicarla, introduciendo así una buena dosis de pragmatismo que aleja a la Agenda 2030 de cualquier veleidad maximalista.

Referencias a la agricultura

De los 17 ODS, sólo en uno (ODS2) se hace referencia directa a la agricultura, planteando el compromiso de “erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible”.

En el resto de ODS podemos encontrar temas más o menos relacionados con la actividad agraria (la gestión sostenible del agua, el consumo alimentario, la biodiversidad…), pero no hay en ellos una mención explícita a los modelos agrícolas.

Respecto a la mención que sí se hace a la agricultura sostenible en el ODS2, puede señalarse que es tan genérica, que cabe en ella los diversos modelos de producción agraria que hoy existen en el mundo, tal como puede comprobarse si se revisan las ocho metas que se plantean dentro de ese ODS2.

En concreto, propone en su meta 1 “duplicar la productividad agrícola y los ingresos de los productores de alimentos en pequeña escala, en particular los de las mujeres, los pueblos indígenas, los agricultores familiares… mediante un acceso seguro y equitativo a las tierras y a otros recursos productivos e insumos, así como a conocimientos, servicios financieros, mercados y cualquier oportunidad que genere valor añadido y empleos no agrícolas”.

En su meta 4, el ODS2 propone “asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos y aplicar prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad, contribuyan al mantenimiento de los ecosistemas, fortalezcan la capacidad de adaptación al cambio climático y a los fenómenos meteorológicos extremos (como sequías, inundaciones y otros desastres) y mejoren progresivamente la calidad del suelo y la tierra”.

La meta 5 plantea el compromiso de “mantener la diversidad genética de las semillas, de las plantas cultivadas y de los animales de granja y domesticados y de sus especies silvestres conexas… mediante una buena gestión y diversificación de los bancos de semillas y plantas a nivel nacional, regional e internacional”. Promueve, además, “el acceso a los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y de los conocimientos tradicionales”, apostando por una “distribución justa y equitativa de los mismos”.

En su meta 6 se plantea “aumentar las inversiones, incluso mediante una mayor cooperación internacional, en las infraestructuras rurales, en la investigación agraria y en los servicios de extensión, así como en el desarrollo tecnológico y en la creación de bancos de genes de plantas y ganado, con el fin de mejorar la capacidad de producción agrícola en los países en desarrollo”.

Finalmente, en su meta 7 el ODS2 establece el compromiso de los Estados de “corregir y prevenir las restricciones y distorsiones comerciales en los mercados agrarios mundiales, mediante la eliminación de todas las formas de subvenciones a las exportaciones agrícolas…”. Y en la meta 8 se compromete a “adoptar medidas para asegurar el buen funcionamiento de los mercados de productos básicos alimentarios y sus derivados, así como para facilitar el acceso a la información, en particular sobre las reservas de alimentos, con el fin de limitar la extrema volatilidad de los precios de los alimentos”.

Como puede verse, en las metas incluidas en el ODS2 se apuesta por la producción agraria en cualquiera de sus formas y modelos de gestión, y siempre con la mirada puesta en que contribuyan al abastecimiento de alimentos, a una buena gestión de los ecosistemas y a la preservación de la diversidad genética, velando, además, por el buen funcionamiento de los mercados.

Esos propósitos, al igual que los del resto de ODS, son de tan sentido común, que resulta difícil encontrar en ellos argumentos que justifiquen las críticas vertidas contra la Agenda 2030 por los agricultores que protagonizan las movilizaciones de protesta.

El Pacto Verde Europeo

En las proclamas de las tractoradas se hace referencia también al Pacto Verde Europeo, al que se le identifica como la plasmación de la Agenda 2030 en la UE y como causa de los males y riesgos que asolan a la agricultura. Hay, sin duda, algo de cierto en ello, pero no en todo.

En realidad, el Pacto Verde es el modo como la UE ha plasmado algunos de los objetivos de la Agenda 2030 y no sólo los relativos a la producción agraria.

La estrategia “De la granja a la mesa” afecta directamente a la agricultura en tanto plantea la reducción del consumo de fertilizantes y pesticidas y el aumento de la producción ecológica. Por su parte, la estrategia “Biodiversidad” impulsa iniciativas que tienen efectos indirectos sobre la actividad agraria, como la del reglamento de restauración de la naturaleza, recientemente aprobado por el Parlamento europeo. Pero ambas estrategias aún no están aplicándose, sino que son unos futuribles que determinados grupos de agricultores perciben como amenazas anticipándose a sus posibles efectos.

Lo único real y tangible, a día de hoy, son las medidas de la PAC 2023-2027, como las condicionalidades ambientales para el cobro de las ayudas directas, el programa de los ecorregímenes o la inclusión del cuaderno digital de explotación. Pero esas medidas se incluyeron en la PAC antes de que se aprobara el Pacto Verde Europeo y, por tanto, no tienen nada que ver ni con éste ni con la Agenda 2030.

Otra cosa distinta son los posibles efectos que pudiera tener la filosofía de esos dos documentos en las próximas reformas de la PAC. Y en esto sí tiene sentido la reivindicación del sector agrario de que los objetivos de la transición ecológica, implícitos en el Pacto Verde, se logren de forma gradual, con plazos realistas y con opciones alternativas para que los agricultores puedan adaptarse a una transición que muy pocos discuten.

Conclusiones

Ni la Agenda 2030 (ni el Pacto Verde Europeo) es culpable del fuerte proceso de reconversión que experimenta la agricultura europea en general y la española en particular. Un proceso que es fruto de los cambios estructurales que están teniendo lugar en el ámbito de la tecnología y las comunicaciones, así como en el ámbito sociocultural, y que afectan a toda la sociedad.

En ese contexto, hay agricultores que se adaptan a ese proceso, modificando sus formas de gestión, adoptando (directamente o a través de terceros) las nuevas tecnologías de precisión, vertebrándose en asociaciones para ganar poder de negociación ante los demás operadores de la cadena alimentaria e innovando en el modo de relacionarse con los consumidores (mediante fórmulas de proximidad o modelos inspirados en la agroecología).

Pero también hay una franja numerosa de agricultores con serias dificultades para adaptarse a la reconversión en marcha y con graves problemas de relevo generacional, que son los que manifiestan su ira en forma de movilizaciones de protesta y tractoradas y que exigen atención. De sus dificultades poco tiene que ver la Agenda 2030, ya que son problemas estructurales que sólo pueden abordarse con acciones a escala europea, nacional y regional.

Por ello, resulta descorazonador ver ondear en los tractores las pancartas con duras proclamas contra la Agenda 2030, un documento estratégico de Naciones Unidas en el que puede verse un interesante diagnóstico sobre la situación de la agricultura en el mundo y sobre los riesgos climáticos, económicos y sociales que se le presentan en el futuro.

 Foto: Tractorada en Santander, en febrero de 2024, con mensajes alusivos en contra de la Agenda 2030 (Foto: X.com)

*Artículo publicado en www.eldiariorural.es y reproducido con la aquiescencia y el permiso del propio autor.

 

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