La sequía más asfixiante de nuestra historia. Por Jaime Lamo de Espinosa

La sequía más asfixiante de nuestra historia. Por Jaime Lamo de Espinosa

Tendré que repetir que en todos los temas del agua hay que negociar, convivir, consensuar, pactar, no luchar. Evitar guerras entre territorios. Sigue siendo cada vez más necesario un gran Pacto Nacional del Agua. No me cansaré de insistir.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

Estamos viviendo la gran sequía, la sequía más asfixiante, probablemente, de nuestra historia. Sequía que se anuncia ahora con ca­lor extremo, con una Europa más caliente que el resto del mundo. Y la AEMET (Agen­cia Estatal de Meteorología) nos augura tem­peraturas, ahora en abril y mayo, propias de julio. Una sequía que sigue a un par de décadas económicamente dolientes: la crisis financiera de 2008, la pandemia del covid-19 de 2020 y la guerra de Ucrania de 2022. Y ahora los problemas derivados de la sequía en España y en otras partes del mun­do que amenazan los suministros alimentarios y nos preanuncian inflación debida, no a la energía, como temíamos hace dos años, sino a la escasez de alimentos básicos. Y que castigará duramente las rentas de nuestros agricultores y ganaderos ya bastante fus­tigados… Una sequía que nos trae al re­cuer­do la novela “Las uvas de la ira”, de Steinbeck, donde los campos de Oklahoma se vieron vaciados por culpa de aquella maldita sequía de mediados de los años 30.

Las sequías y hambrunas en nuestro país son históricas, las conocemos bien des­de aquella de mediados del S. XVIII que llegó a secar el río Tormes y a otros ríos del norte, y que en 1766 causó el motín de Es­quilache por hambrunas. Después vivimos la sequía de 1944-1946, la famosa “pertinaz sequía”, cuando ríos como el Ebro perdieron casi su caudal y el río Manzanares, en Ma­drid, desapareció por completo con im­portantes cortes de agua en la capital. Se­gún la AEMET, el porcentaje de precipitación de ese momento fue el más bajo registrado entre el año 1940 y el muy posterior de 2003.

Dos sequías, ya más recientes, al fin del siglo pasado, tuvieron menos importancia, la sequía de 1981-1983, donde ciudades como Sevilla tuvieron que cortar el agua unas 10 horas al día y la de 1991-1995, cuando los recursos hídricos estaban al 28% de su capacidad habitual y en 1995 se re­dujeron al 15%. Lo que provocó graves res­tricciones y cortes de agua.

Pero es ahora cuando estamos viviendo la “gran sequía”, la mayor sequía que recordamos los que tenemos edad y memoria para mirar hacia atrás las últimas décadas. Falta de agua unida a calores extremos. Lle­va­mos mucho tiempo sin lluvias y nuestros embalses caen día a día. El pasado 18 de abril el agua embalsada ascendía a 28.400 hm3, un 50,65% de su capacidad y esa cifra era levemente superior a la de 2022, 27.224 hm3, pero muy inferior a la media de la última década, 37.815 hm3. Y lo que es peor, las variaciones habidas entre esta última re­ferencia y la anterior son todas negativas, to­das las presas decrecen.

La caída de precipitaciones desde el inicio del año hidrológico es ya del -23,5%. Si examinamos las cuencas, hallamos en varias que su capacidad embalsada es inferior al 35%. Es el caso de Guadiana (34,05%), Guadalquivir (25,21%), Guadalete (28,41%) y Cataluña In­terna (26,14%). Es esta, junto a Andalucía, la región más afectada negativamente. Está en situación de “excepcionalidad” por la re­ducción del Ter-Llobregat y ha recortado los abastecimientos de agua de 224 municipios con más de 6 millones de habitantes.

Toda España, en general, está padeciendo una sequía sin precedentes. Es igual que se quiera atribuir la causa al cambio climático o a otro tipo de cambios no antropogénicos, pero lo cierto es que esta falta de lluvias está afectando al campo con especial virulencia.

Porque llevamos ya cinco años con “pertinaz sequía”, y esto genera un clamor en dos frentes: los secanos aún más secos y los regadíos sin agua para regar. Y se oyen ya los lamentos por las rentas o ingresos agrarios que no llegarán y por los precios de insumos y de venta al público. También protestas justificadas. ¿Tiene aca­so algún sentido que, en este contexto, se plantee por las autoridades la destrucción de presas y embalses? ¿Tiene algún sentido pretender destruir el embalse de Val­de­ca­balleros construido hace 40 años o la ob­se­sión por derribar azudes y presas sin límite? En 2021 España fue el país que incomprensiblemente más barreras fluviales destruyó en Europa: 108 frente a las 239 de todo el continente. Y somos el país con más es­trés hídrico. No se entiende y hay un re­chazo unánime frente a esto. Gasto público para destruir en lugar de inversión para construir.

¿Acaso no nos damos cuenta de que, si hemos entrado en un periodo de lluvias irregulares, es necesario disponer de la mayor red posible de presas y embalses para que almacenen cualquier gota de agua que nos llegue y no lo contrario? ¿No somos conscientes de que Marruecos aumenta en 550.000 hectáreas regables de modo eficiente para cítricos que competirán con los nuestros y construye 124 presas con una in­versión de 3.000 millones de euros? Por su parte, Egipto construye un canal de 92 km para regar 3 millones de hectáreas; China, tras el Yangtze y su unión con el río Amarillo, construye un trasvase de 130.000 hm3/año; Ara­bia Saudí crea grandes desaladoras basadas en su bajo coste energético por sus grandes reservas de petróleo buscando el au­toabastecimiento alimentario. El mundo entero está llevando a cabo obras faraónicas en materia de infraestructuras de aguas para asegurar sus abastecimientos futuros. Solo la ingeniería puede combatir la sequía. Y aquí deberíamos pensar de igual modo, pensar en construir, no en destruir. No hay que reducir las superficies de riego, hay que aumentarlas.

Y ello por no añadir una lucha despiadada e inexplicable contra el Trasvase Tajo-Segura –donde, por cierto, el Tribunal Su­pre­mo ha admitido a trámite los cuatro recursos presentados contra el Decreto de los re­cor­tes– o los problemas creados en Do­ña­na, regadíos frente a Parque Nacional, en buena parte por no haberse cumplido los compromisos de construcción del trasvase y demás obras desde el Odiel y el Gua­dal­qui­vir, que rescatando el acuífero impedirían llegar a la expulsión de los agricultores allí asentados desde hace años.

Tendré que repetir que en todos los te­mas del agua hay que negociar, convivir, consensuar, pactar, no luchar. Evitar guerras entre territorios. Sigue siendo cada vez más necesario un gran Pacto Nacional del Agua. No me cansaré de insistir.

Pero esta sequía nos amenaza, nos es­trangula, nos asfixia ya. Y la escasez que se observa nos creará graves problemas de abastecimientos y precios. La sequía afecta ya a más del 60% del campo español y está conduciéndonos a unas pérdidas de millones de hectáreas de cereales de secano, de trigos y cebadas en Andalucía, Extrema­du­ra, Castilla-La Mancha, Castilla y León y Ara­gón. Y las condiciones agronómicas de tierras tan secas puede que no permitan las siembras de primavera/verano de maíz, gi­ra­sol, arroz y algodón en muchas zonas de nuestra geografía. Tendremos que traer más grano, mucho más de Ucrania, si no surgen dificultades añadidas.

Además de ello, los cultivos leñosos, tanto de secano como de riego, cítricos, viñedos, olivar, almendros, pistachos, etc., están ya sufriendo por sequía y por problemas de floración anticipada. Y si en esos cultivos no llega la lluvia a los de secano y tampoco el agua a los de riego, será difícil salvar parte de esas cosechas e incluso parte del arbolado. Y la cosecha de olivar añadirá su escasez de este año a la del anterior elevando sustancialmente sus precios.

Porque esta sequía que afecta duramente a los secanos viene unida a temperaturas de más de 30oC en abril, pero afecta tanto o más a los regadíos que no disponen del agua necesaria para asegurar sus plantaciones. Andalucía está ya en una muy difícil situación, el agua del Guadalquivir está a niveles de la sequía de 1995, no hay agua para riegos y los pantanos están bajo mí­nimos. No ha habido aportaciones. La Junta de Andalucía lleva ya aprobados tres programas de ayuda con, nada menos, que 300 millones de euros. Y la AEMET anuncia una alerta máxima para este mes. Todo ello justifica la creación de la plataforma, potente plataforma, SOS Rural y sus demandas… Y explica que Fenacore (la Federación Nacional de Comunidades de Regantes de España) urja al Gobierno para que apruebe un Real-Decreto Ley de la se­quía para paliar el drama actual del medio rural. Aquí sí está justificada la urgencia y la necesidad.

También el agua está afectando a la ganadería. El ganado ovino no encuentra tierras pastables, obligando así a los ganaderos de extensivo a comprar piensos y fo­rrajes, lo que encarece la producción sin que existan garantías de que se puedan re­percutir tales costes sobre los precios finales. Incluso los apicultores están sufriendo las consecuencias sobre su producción de miel. Y la ganadería de granja –vacuno, porcino, avícola, etc.– sigue con un alto coste de insumos que se acentuará si esta se­quía se prolonga y si prosiguen los nuevos problemas que derivan de las ventas del granero de Ucrania, nuestro gran abastecedor.

Perturba también a múltiples ciudades de España donde se van imponiendo progresivamente restricciones en el uso del agua tanto en usos domésticos como urbanos, jardinería, etc. Y no es solo un problema nacional, los cortes de suministro afectan ya a cientos de grandes ciudades del mundo.

Lo que acabo de describir conduce a un sector agrario de muy bajos rendimientos, es­casos ingresos, mayor necesidad de en­deudamiento y reducción de empleo. Un du­rísimo horizonte. Confiemos en que la Mesa para la Sequía, que se reunió en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Ali­mentación el pasado 19 de abril, realice un buen dictamen sobre la situación y proponga un gran paquete de medidas, nacionales o de la Comisión Europea, adecuadas para la trágica situación que estamos viviendo.

Además, si la escasez domina, si prosiguen las importaciones sin control ni garantías sanitarias de terceros países, y los costes de los insumos siguen creciendo la presión alcista sobre los precios alimentarios será inevitable. El Gobierno haría bien en re­pensar el reducir el IVA de carnes y pescados, como ya hizo en otros productos con buen resultado. Si se hubiera hecho así con anterioridad tendríamos un IPC de alimentación en febrero/marzo casi 3 puntos inferior al obtenido. No olvidemos que el azúcar cuesta hoy en el mercado un 50% más que hace un año, la leche un 30%, la carne de cerdo un 20% y el pescado fresco un 6,2%. Esos simples datos muestran la conveniencia de actuar de la forma indicada.

Nuestro refranero ya nos lo dice “El abundante fruto lo da el año, no el campo” y el año está viniendo malo… y “Si el labrador pensara en la sequía no labraría”. Sa­que­mos a San Isidro a pasear por las calles de los pueblos y recemos.

Un cordial saludo

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