La necesaria coexistencia entre el lobo, la ganadería y la vida rural. Por Jaime Lamo de Espinosa

Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

La necesaria coexistencia entre el lobo, la ganadería y la vida rural. Por Jaime Lamo de Espinosa

Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

La biodiversidad exige un equilibrio que permita hacer compatible la vida del lobo y la vida de los animales domésticos que aseguran nuestra alimentación así como la de los seres humanos que pueblan campos y aldeas. Ese equilibrio exige un “control” riguroso de poblaciones en función de los daños, tal vez diferente del presente, pero no una plena libertad de ninguna de las partes.

Querido lector:

Cuando el británico Thomas Hobbes dijo aquello de homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, seguro que no pensaba que el hombre podría llegar a proteger tanto al lobo,que prohibiera su caza y abriera la puerta a los innumerables daños que dicho animal salvaje, no especie do­méstica, puede producir en el medio rural. La reflexión viene a cuento por el anuncio oficial de una orden, actualmente en consulta pública, para prohibir la caza del lobo en toda España, calificándolo no como Es­pecie Protegida sino como de Régimen de Protección Especial, orden votada incluso por comunidades autónomas donde el lobo es inexistente y sus daños son allí des­conocidos.

Es una decisión inoportuna pues va contra la tendencia natural de la evolución ganadera. No hay que olvidar que por razones climáticas y ecológicas la UE viene de­fendiendo la ganadería extensiva en toda Europa. Ganadería que pasta hoy libremente en los campos y que sufrirán de modo creciente –a mayor número de lobos mayores ataques– el acoso que tan bien conocen los pastores y los ganaderos del norte, que acabarán abandonando su actividad y su hábitat porque se sienten impotentes y critican “el abandono del gobierno” (ABC). Es por eso que Francia ha autorizado recientemente por ley que los pastores que sufran ataques puedan realizar fuego defensivo.

La noticia ha sido acogida con enorme indignación y preocupación en el mundo rural, allí donde el lobo es una amenaza constante para el ganado extensivo, cerdos, cabras, ovejas, corderos, vacas, terneros, reses de lidia, caballos, etc., mu­chas de ellas razas autóctonas, en la zona norte preferentemente, Galicia, Asturias, Cantabria, Castilla y León. Las pérdidas anuales de la cabaña agredida ascienden a casi los 6 millones de euros. En 2019 mataron unas 4.000 reses solo en esta última au­tonomía. Los lobos campan a sus anchas por esos campos y se les ve entrando en los pueblos con el consiguiente riesgo para personas y animales. Y las cifras de agresiones a la cabaña crecen año a año se­gún aumentan las manadas y el número de lobos. Es por ello comprensible que Castilla y León, Cantabria, Asturias y Ga­licia acudan a los tribunales conjuntamente, aun siendo de diferente coloración política, pues no aceptan esa libertad del lobo al norte del Duero.

Y los ciudadanos que pretenden, con el teletrabajo en estos tiempos, regresar al campo ¿lo harán con tranquilidad si saben que por las noches los lobos van a estar rondando sus casas y amenazando sus vidas? ¿Es así como pretendemos llenar la España vaciada? O ¿es así como ayudaremos a vaciar más y más esa Serranía Celtibérica y las provincias del norte? Hete aquí que, de pronto, se genera un impulso que, casi con seguridad, va directamente en favor de la despoblación ganadera y demográfica –la España vaciada– ambas conjuntamente.

En muchos municipios norteños pueden verse lobos a muy pocos metros de un camino o de unas casas. Los cánidos deambulan a sus anchas por el lugar, sin importarles demasiado la presencia de los humanos. Busquen en Youtube y lo verán. «¡Nos comen los lobos! ¡Nos comen!», exclama un ganadero. O recuerden los ataques que dieron muerte a dos niños en 1974 en San Cibrao das Viñas. Sí, en esa zona norte los ganaderos y sus familias son sus principales víctimas, a quienes matan sus ganados, generando cuantiosas pérdidas y estrés que deberían ser más generosamente compensados, incluyendo los del estrés y sus consecuencias. Como ha afirmado Pedro Barato “El lobo no está en peligro de extinción, el que está en peligro de extinción es el ganadero” (ABC).

De hecho, los propios ganaderos han sido los primeros en alzarse en contra de la prohibición de su caza. Las diferentes Organizaciones Profesionales Agrarias (Asaja, Coag, Upa, etc.) han protestado y censurado con unos u otros matices, la decisión adoptada por la Comisión Estatal de Patrimonio Natural para que el lobo deje de ser especie cinegética en toda España y que no se pueda cazar. Y han dirigido sus respectivos presidentes, el pasado 9 del actual, una carta al presidente del Go­bierno, con cuyos argumentos coincido en todo. Acaban pidiendo “la paralización de forma inmediata de la de­cisión de considerar al lobo como especie no cinegética”.

Como he narrado en mi reciente libro La Transición Agraria, 1976-1982 (Ed. MAPA. 2020), en enero de 1973, regresaba con Tomás Allende –entonces ministro de Agricultura y gran ministro– en coche hacia Madrid desde Tierra de Campos, esa “Tierra de Campos, campos de tierra…” que cantó el poeta. Era de noche y fuera hacía mucho frío. De pronto comenzamos a oír en la radio una voz grave y profunda, al tiempo que persuasiva que hablaba so­bre el lobo y su presencia en los campos de Burgos, del temor que inspiraba a los pastores, de los daños a los rebaños, de la imponente presencia del grandioso animal, de sus poderosas fauces, de su instinto feroz y defensivo. La voz de Félix Ro­drí­guez de la Fuente acababa de entrar en nuestras vidas.

A partir de entonces, su voz se fue haciendo año tras año más frecuente, más familiar. Allí comenzamos muchos a ver la naturaleza de otro modo. El lobo ya no era el enemigo, sino un mito a respetar y conservar. Y con él otras muchas especies hasta entonces lejanas pero, que desde aquel momento, comenzaron a formar parte de una fauna cercana, en nada ajena a nuestras vidas; y, por tanto, merecedora de protección y amparo. Pero el amparo no puede significar el desamparo de los otros, de los ganaderos, de los pueblos, de la vida en el campo.
Félix y yo nos hicimos muy amigos con el tiempo y tuve el honor de otorgarle la Gran Cruz del Mérito Agrícola. Y hablábamos del lobo.

Nunca le oí decir que había que dejarles en plena libertad. Él sabía mejor que nadie de sus riesgos. Por eso Félix escribió que el cazador regula con su acción el complejísimo concierto de las es­pecies. Es el instrumento del control. Ese equilibrio, comprendámoslo, no es compatible con la prohibición de su caza sino con su ordenación. No sé lo que diría aquel Félix en estos tiempos pero entonces escribió “es incongruente defender al lobo donde cause daños a la economía”, “yo trato de que se racionalice la política de protección del lobo” y “donde el lobo causa daños, debe ser controlado”. Hoy, siguiendo su pensamiento de entonces, habría buscado como siempre el equilibrio. Su hija Odile, gran naturalista, nos dice ahora: “El ganadero es un héroe” (Coag-CyL Infor­ma) y añade sobre esta norma “Así no”… ”no creo que estemos más cerca de aquel paisaje con el que soñó mi padre” (Jara y Sedal) y “en determinadas circunstancias hay que hacer un control letal de carácter inmediato” (El Confidencial). Su padre soñó con Racionalizar y Controlar.

Porque la biodiversidad exige un equilibrio que permita hacer compatible la vida del lobo y la vida de los animales domésticos que aseguran nuestra alimentación así como la de los seres humanos que pueblan campos y aldeas. Ese equilibrio exige un “control” riguroso de poblaciones en función de los daños, tal vez diferente del presente, pero no una plena libertad de ninguna de las partes. No se puede aprobar una libertad absoluta que permita a las manadas actuar en la naturaleza conforme a sus instintos naturales y tendencias. Como escribía Ortega y Gasset en su prólogo al libro del Conde de Yepes, “La caza como toda actividad humana está encuadrada en la ética que discierne entre virtudes y vicios”. Aquí hablo de ”controlar” al Canis lupus signatus en su lucha natural frente a otros ganados que son una actividad económica perfectamente reglada, pro­tegida y necesaria. Control entre virtudes y vicios. Como escribe Tomás García Azcárate “la coexistencia entre el lobo y la ganadería extensiva no solo es necesaria sino que es posible” (Agronegocios). Sí, es necesaria porque la solución a un problema no puede ser crear otro mayor.

Por otra parte esta posición está condicionada por el elemento territorial. No es lo mismo la cuestión en Canarias que en As­turias, en Murcia que en Cantabria. Por esa razón la regulación en el control del equilibrio del lobo y su entorno debería quedar asignada a cada comunidad autónoma, a todas. Es allí donde existe la sensibilidad necesaria para decidir con ecuanimidad y con respeto a los derechos de unos y de otros.

Mientras que esto no se haga así –control y competencias territoriales– este de­bate se irá agudizando con el paso del tiempo y llevando a enfrentamientos muy profundos. Nos lo recuerda el gran catedrático de Producción Animal, Carlos Buxadé, cuando escribe “se trata de controlarlo buscando minimizar los daños al ganado ex­tensivo” (Ágora TopGan). Si no se busca ese equilibrio habrá conflicto social. Es preciso “controlar” la coexistencia entre lobo, ganadería y vida rural.

Y por eso comprendo también y comparto que el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, defienda la re­gulación actual: que el lobo sea especie protegida contando con la Directiva Há­bi­tats y a la vez sea considerada especie cinegética al norte del Duero. No por una simple actividad cinegética, sino como una actividad de “control” de la especie teniendo presente su equilibrio con el mundo ga­nadero. Y tiene razón. La ganadería extensiva y el hábitat rural exigen, precisan de esa protección limitada para estar ellas mismas protegidas.

Un cordial saludo

Desarrollado por eMutation New Media.