En defensa de la caza, uno de los motores de la economía rural. Por Jaime Lamo de Espinosa

En defensa de la caza, uno de los motores de la economía rural. Por Jaime Lamo de Espinosa

La caza es vida porque hace que el campo se cuide, que no se abandone, que se pueble, que se guarde, que evite los incendios, que las poblaciones de animales salvajes estén equilibradas, permitiendo que haya posibilidades de caza y que al tiempo se puedan recolectar las cosechas y mantener sanas las explotaciones ganaderas.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

No soy cazador, pero defiendo desde siempre con razonamientos económicos y ambientales la actividad cinegética… actividad que, según el Ministerio de Agricultura, es uno de los principales motores de la economía rural en nuestro país.

Comienza la temporada de caza en España, cuando aún en las sierras y dehesas suena el bramido de los ciervos y el roncar de los gamos y las lluvias otoñales han reverdecido nuestros agostados campos.

Está al llegar la apertura, que tantas ilusiones y esperanzas despierta en el corazón de los hombres y mujeres que aman el campo, tiempos también de inquietud y de esperanza para quienes la actividad cinegética influye en su modo de vida, porque la caza, como todo lo que viene del campo, está en gran parte sujeta a los avatares de la Madre Naturaleza.

Es tiempo de ojeos, de batidas, de ganchos y monterías, dando trabajo a guardas, secretarios, palomeros, ojeadores, postores y rehaleros, a veterinarios y carniceros, a gestores de cotos y a hosteleros, a propietarios de casas rurales y hasta a los gasolineros que, con estos precios, se llevan una parte importante del coste de la partida.
También es el momento de las cuadri­llas, las collas y de las sociedades, que han estado cuidando el coto todo el año para el disfrute colectivo en la temporada.

¿Cuántos majanos, comederos y bebederos se construyen y se atienden? ¿Cuántos caminos, senderos, montes y cortafuegos se limpian y se ponen al día? ¿Cuántas hec­táreas se siembran sólo para la caza? ¿Cuántas conversaciones habrán tenido so­bre cómo ha criado la perdiz o el conejo?

Días de campo, de sol y viento, días de lluvia y una buena caminata y un mejor almuerzo, para terminar, luciendo orgullosos, una humilde percha con tres perdices, una liebre y dos conejos.

La temporada no sólo se abre para los amantes de la pólvora: cetreros, silvestristas, galgueros, huroneros o “bicheros”, ar­queros… disfrutan como el que más de la caza, empleando largas jornadas para escasas capturas.

También es el momento que aprovechan los armeros, cuchilleros, las tiendas de deporte y los guarnicioneros, para que todos los que al campo salen se pertrechen adecuadamente, que no hay faena que más archiperres y complementos exija que el arte de Diana. ¿Y los taxidermistas? No olvidemos ese gremio que vive de ayudar a los cazadores a revivir esos lances que han tenido, convertidos en trofeos.

Para el agricultor y el ganadero, también es tiempo de alivio, porque ve como se regula la población salvaje que compite con él para obtener su sustento, al tiempo que se beneficia de lo que se cobra por el arrendamiento del coto.

Venare non est occidere, cazar no es matar, decían los clásicos, y es cierto, la actividad cinegética supone para el ámbito campestre mucho más que la muerte de animales, como se quiere resaltar desde sectores animalistas, por el contrario, la caza es vida para el mundo rural.

Es vida porque hace que el campo se cuide, que no se abandone, que se pueble, que se guarde, que evite los incendios, que las poblaciones de animales salvajes estén equilibradas, permitiendo que haya po­sibilidades de caza y que al tiempo se puedan recolectar las cosechas y mantener sanas las explotaciones ganaderas. La caza es vida para el campo porque permite su conservación.

Para defender las especies y facilitar su proliferación, hay que hacer que no se conviertan en un problema para las comunidades donde habitan. ¿Cuántos daños produce el lobo? Difícil de calcular, porque muchas administraciones miran para otro lado cuando se producen para no tener que indemnizar a los ganaderos. En verano de 1974, no hace tanto tiempo, dos ni­ños pequeños fueron robados y muertos por los lobos en San Cibrao das Viñas, en Orense. ¿Habrá que esperar a que ocurra una desgracia similar para volver a autorizar la caza del lobo?

Paradójicamente especies que han estado en grave peligro de extinción, como el Águila Imperial o el Lince, se han recuperado sobre todo en terrenos cinegéticos de gestión privada, donde se practica la caza responsable.

La prohibición de la caza en los Parques Naturales está generando un problema de sobrepoblación de algunas especies silvestres, salvajes en muchos casos, en per­juicio de otras, que hay que controlar gastando dinero público, donde antes había una fuente de ingresos y las poblaciones estaban en equilibrio. Hemos leído en las últimas semanas ataques feroces de lobos que según algunos son animales pacíficos y sosegados…

La caza es también tradición, transmitida en el seno de las familias y de las comunidades, que forma parte de la manera de vivir en el campo, de la idiosincrasia rural, parte consustancial del día a día a día de nuestros pueblos y en ocasiones uno de los vínculos más fuertes que tienen los que hoy viven en las ciudades con sus lugares de origen.

Las ciudades han sido un foco de atracción económico y cultural irresistible, haciendo que nuestros pueblos quedasen vacíos, y ahora, vemos con enorme tristeza y preocupación cómo hay que recuperar un mundo que dejamos atrás no hace tanto, constituyendo el ejercicio de la caza una llamada a la conservación de un modo de vida ancestral. Recuperemos los pueblos…

Pero el cazador no es popular, es el asesino de la madre de Bambi, está erradicado de las escuelas, no sale en las noticias, da miedo defenderlo desde los despachos. ¡Come carne de animales del campo! ¡Lleva armas! Vamos, una especie a desterrar desde los “mundos felices” urbanitas. Luchemos contra esos prejuicios y superemos los complejos colectivos, el cazador es parte de la solución, no el problema. El animalismo creciente camina en su contra… y se equivoca…

Volver a casa con la ropa oliendo a jara, a tomillo y a romero, a humo de una buena lumbre, cansados, pero satisfechos después de haber pasado un tiempo con unos amigos eso es cazar, no matar. Y esas piezas dan origen a una gastronomía de inmensa calidad, cada día más apreciada y valorada en toda Europa y en todos los rincones de España. Pero, además, es una gran actividad económica que da vida y rentas a los campos, a veces vacíos, año tras año.

La actividad cinegética representa (ver MAPA) un 0,3% del PIB, equivalente a las ventas netas del vino. El gasto traccionado (efecto económico directo, indirecto e inducido) de la actividad cinegética en España es de más 6.475 M€ al año y crea 187.000 puestos de trabajo, según el primer informe Impacto Económico y Social de la Caza en España, ela­borado por Deloitte para Fundación Artemisan.

Asimismo, el gasto directo de la actividad cinegética supera los 5.470 M€, dinero que no llegaría al mundo rural si se prohibiera la caza. Para muchos ayuntamientos pequeños de zonas despobladas de Soria, León, Teruel, Palencia, León o Cuenca, sólo los ingresos por alquiler de los cotos locales a cazadores suponen más del 70% de su presupuesto de ingresos, a lo que hay que sumar el dinero que se emplea en el mantenimiento de los cotos y el abonado por las jornadas cinegéticas. La Real Federación Española de Caza afirma sin duda que estos municipios “viven de la caza”. Es lógico, casi 700.000 licencias de caza disfrutan de su actividad.

Defendamos pues el campo, defendamos la caza y luchemos por el mundo rural. Jenofonte decía que “un cazador habituado a la fatiga, hace un buen soldado y un buen ciudadano”. Sí, aprendamos a ver a los cazadores como buenos ciudadanos.

Un cordial saludo

Desarrollado por eMutation New Media.