El agua como arma de guerra. Por Jaime Lamo de Espinosa

El agua como arma de guerra. Por Jaime Lamo de Espinosa

España, que ha sido siempre un gran importador de cereales y fertilizantes de Ucrania, va a ver cortada su fuente clásica de suministro. Y ello precisamente en un año en que vamos a sufrir, estamos sufriendo, un duro recorte en nuestras cosechas de cereales por la durísima sequía.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

He escrito muchas veces que las guerras del próximo siglo serán por el agua (el control del Nilo desde la presa Gerd-Re­na­ci­mien­to de Etiopía ya está anunciando una) pero nunca imaginé que podía ocurrir lo que la guerra de Ucrania nos acaba de mostrar, no luchar por el agua sino con el agua por su uso destructivo. El agua como arma de guerra. Sí, el asolamiento de un mundo agra­rio conmocionado por el último y grave acontecimiento, la voladura de la represa de Nova Kajovka, en el sur de Ucrania, en la re­gión de Jerson, ha sido un acto de guerra. ¿Qui prodest? Sin duda, a Rusia. Pero es algo sugerido, pronosticado. Un gran artículo del general Pedro Pitarch, en ABC (20 octubre 2022), hace pues más de siete me­ses, titulado “La guerra del agua, el trasfondo de la ofensiva ucraniana sobre Jerson”, nos advertía sobre “la amenaza de apertura controlada por los rusos de la presa de Ka­jov­ka que podría dar lugar a inundaciones aguas abajo…”. Eso es hoy ya una realidad. Zelenski ha afirmado que se trata de “catástrofe medioambiental más grande causada por el hombre en décadas”. Estamos sin duda ante un “ecocidio”.

Las regiones afectadas representan, aproximadamente, un 12% de la producción nacional agrícola, unas 11.100 hectáreas de la mar­gen derecha del Dnieper –el cuarto río más grande de Europa– y “varias veces más” en el otro lado del río. Una zona gran productora de cebada, verduras y tomate. Además de afectar a 31 de los sistemas de riego, por carencia de agua, cada uno de los cuales riega unos 0,5 millones de hectáreas. Con esa carencia de agua si el calor del ve­rano fuera elevado ello aumentaría más la catástrofe agrícola. El Gobierno ucranio cree que se han anegado unas 100.000 hectáreas de terrenos agrícolas y otras 500.000 po­drían pasar de ser regadíos a tierras de se­canos de bajos rendimientos. Ya era esperada una reducción de las cosechas de un 36% respecto a 2021, an­tes de iniciarse la guerra, y un 8% respecto a la cosecha del pasado año, según la Asociación Ucraniana de Granos, pero nadie podía imaginar un colapso como este. Y hay que añadir a los problemas de las tierras el elevado número de cabezas de ganado muertas por ahogamiento, reduciendo las producciones ganaderas del autoconsumo de los propios granjeros, así como aquellas que salen al mercado para su comercialización.

Y no solo las tierras están en situación inviable para su cultivo por el agua, es que a ello hay que sumar otros muchos miles de hectáreas imposibles de cultivar por ser hoy campos minados y por la ausencia de tractores destruidos o robados para la guerra por las tropas rusas. Mientras, los agricultores arriesgan sus vidas en la defensa de sus tierras y su patria. Y en el ámbito industrial la producción de fertilizantes escasea por los efectos de la guerra.

Ucrania, no lo olvidemos, es uno de los principales productores de cereales del mun­do. Fue siempre “el granero de Euro­pa”. El país cultiva y exporta principalmente trigo, maíz y cebada. Según la Comisión Eu­ropea, Ucrania representa el 10% del mercado mundial del trigo, el 15% del mercado del maíz y el 13% del mercado de la cebada. Antes de la guerra, la agricultura era responsable del 10% del PIB de Ucrania, el 40% de sus exportaciones –granos y fertilizantes preferentemente– y el 14% de sus puestos de trabajo. Tales cifras han caído no­toriamente.

Y toda esta gran catástrofe ha provocado de inmediato un aumento de los precios mundiales de trigo y maíz. Ya subieron en febrero de 2022 tras la invasión rusa, pero luego disminuyeron. La Bolsa de Chicago reaccionó al alza a las pocas horas de la vo­ladura de la presa subiendo un 3,1% el trigo y un 1,4% el maíz.

España, que ha sido siempre un gran im­portador de cereales y fertilizantes de Ucra­nia, va a ver cortada su fuente clásica de suministro. Y ello precisamente en un año en que vamos a sufrir, estamos sufriendo, un duro recorte en nuestras cosechas de cereales por la durísima sequía sufrida. Así lo confirman los rendimientos que se van obteniendo. Asaja adelanta una previsión de 4,7 millones de toneladas en trigo blando y duro y cebada, aunque las cooperativas elevan esta cifra hasta los 6,8 Mt. Ello supone un fuerte recorte, alrededor de la mitad o menos incluso, pues el pasado año 2022 se cosecharon 12,8 Mt de esos tres cereales. Y curiosamente los precios in­te­riores siguen a la baja, según la tónica mundial, pues han caído alrededor de un tercio desde la misma semana del año anterior. Ello fue ayudado desde el mes de mayo por la renovación del corredor ucraniano por dos meses más, hasta el 17 de julio, lo que favorecía a los granos ucranianos y ru­sos, Y también por las magníficas perspectivas de cosecha de Estados Unidos donde se vaticina una producción histórica.

España tendrá pues que importar muy fuertes volúmenes de cereal por nuestra escasísima cosecha, aunque la demanda de piensos para nuestra ganadería se está reduciendo por los cierres de granjas producidos en el último año. Y se prevén temperaturas muy elevadas durante el verano lo que afectará a viñedos, frutas, etc. Ello nos llevará a una demanda de importaciones de unos 23/25 Mt de cereales frente a los 18 Mt importados en la última campaña. No habrá pues desabastecimientos ni tampoco una fuerte elevación de los precios, sí, en cambio, fuertes necesidades de importación.

Y dispondremos de las cosechas que se esperan en otros lu­gares del mundo y muy en especial la de EE.UU. Y ello ayudará a que la inflación se contenga como ya viene sucediendo. De hecho el precio de los alimentos en mayo se ha moderado algo por tercer mes consecutivo, aunque siguen un 12% más caros que hace un año, cerrando la inflación en un 3,2% gracias a la caída de los precios energéticos. Aunque los del azúcar, la mantequilla, el aceite de oliva, la leche y las patatas siguen manteniendo alzas muy severas.

Lo anteriormente descrito respecto a nuestro mercado interior agrario plantea un serio problema para las compañías aseguradoras agrarias. La sequía, algunas inundaciones, pedriscos, problemas de la ganadería, etc., están generando ya una fuerte presión por la alta siniestralidad y la intensidad de muchos de ellos. Y ello lleva inevitablemente a una contrapresión de las aseguradoras para recuperar sus beneficios, sobre las primas futuras. Hoy hay unas 400.000 pólizas que aseguran unos 6,2 millones de hectáreas y cubren un capital asegurado de unos 16.000 millones de eu­ros, sobre una PFA de 50.000 M€ (vale la pena leer el importante artículo de Vidal Maté sobre “Seguros agrarios, frente a frente” de AgroNegocios, de 2 de junio). Y el pasado año 2022 Agroseguro abonó 769 millones de euros en indemnizaciones, su máximo histórico. Y la dura realidad climática nos encamina hacia cifras su­periores.

Al Gobierno que salga del 23J le espera una gran tarea en el mundo agrario y rural. Y los agricultores leerán y escucharán an­siosos los programas agrarios de los partidos en liza. Se juegan mucho… Cada vez se habla más en la Unión Europea de la So­beranía Alimentaria. Dadas las circunstancias mundiales habrá que reflexionar sobre esta tendencia…

Un cordial saludo

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