Cuánto necesitaríamos hoy a un San Isidro. Por Jaime Lamo de Espinosa

Quién le iba a decir a nuestro Santo patrón que, si viviera hoy, en lugar de rezar mientras los ángeles labraran sus tierras, tendría que llevar una vida alterada por sufrir una fuerte inflación de costes, piensos, etc., lo que pondría en peligro la explotación de aquel Juan de Vargas para el que él labraba, si no fuera capaz de repercutir a los eslabones siguientes de la cadena de valor esos mayores costes.

Cuánto necesitaríamos hoy a un San Isidro. Por Jaime Lamo de Espinosa

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

El mes pasado celebramos la Pascua de Resurrección y hemos visto en este tiempo la gran desbandada de la población española en todas las direcciones buscando la libertad que hemos perdido, física y psicológicamente, por la pandemia primero y luego por las terribles noticias de la guerra de Ucrania. Pasadas ya esas vacaciones, cuando tengas en tus manos lector esta revista, estaremos a punto de honrar a nuestro santo patrón, el patrono de nuestra vida rural, San Isidro Labrador (1082-1172) el próximo 15 de mayo. Y nos conviene recrearnos en ella para que nos aporte serenidad y reposo y hacer de esta Carta algo no preocupante sino reconfortante.

Aquel gran santo, zahorí y “hacedor de lluvias”, fue canonizado en marzo de 1622 –hace ahora justo 400 años– por el Papa Gregorio XV. Y fue Felipe II en persona quien reclamó esa canonización. Y en 1960 el Papa Juan XXIII lo declaró mediante bula “santo patrón de los agricultores españoles”. Ya a finales del siglo XIII en un Códice llamado de San Isidro se le denomina como Ysidorus Agrícola. Es­ta­ba casado y tenía un hijo.

Parece que se llegó a dicha canonización, básicamente en razón de cinco milagros: el del molino, cuando multiplicó el trigo; el de los bueyes, cuando los bueyes araban solos mientras él rezaba; el del lobo, cuando un lobo merodeaba su burro y siendo advertido por unos niños, él reza y el lobo se aleja; el de la olla, cuando multiplica el contenido de una olla y así alimenta a otros, y el de la Cofradía, cuando es mediador con el cie­lo para obtener lluvias en primavera. A ello se añadirían otros milagros póstumos como el del pozo y el rescate del hijo caído en él. Y ello ha llevado a una iconografía del Santo en que siempre aparece con pala, azada, hoz, aguijada, mayal, arado, etc., siempre con aperos de buen agricultor.

Hasta Lope de Vega, en su poema Isidro, de 1599, le rinde un gran homenaje al patrón de su ciudad. Isidro es una vida del santo dividida en diez cantos que suman 10.000 versos. Comienza con una invocación a la manera virgiliana:

Canto el varón celebrado,
sin armas, letras, ni amor,
que ha de ser un labrador
de mano de Dios labrado,
sujeto de mi labor.

¡Cuánto necesitaríamos hoy a un San Isidro!… para disponer de más lluvias en el momento adecuado tras las correspondientes rogativas que todavía se dan en muchos pueblos castellanos, para evitar los ataques de los lobos que, ahora con la prohibición de su caza, serán cada vez más frecuentes y lesivos (por cierto también se pretende prohibir la caza de las codornices… que obsesión), para obtener grano para la alimentación de humanos y animales, ahora que se nos han cerrado las importaciones de nuestro proveedor habitual Ucrania y para llenar las ollas vacías de aquellos que por la reducción de sus rentas disponibles y el fuerte alza de la inflación se ven angustiados por el hambre.

Quién le iba a decir a nuestro Santo patrón que, si viviera hoy, en lugar de rezar mientras los ángeles labraran sus tierras, tendría que llevar una vida alterada por sufrir una fuerte inflación de costes, piensos, etc., lo que pondría en peligro la explotación de aquel Juan de Vargas para el que él labraba, si no fuera capaz de repercutir a los eslabones siguientes de la cadena de valor esos mayores costes, para que la industria agroalimentaria o el co­mercio lo repercutieran sucesivamente hasta que el consumidor viera, con desesperación y angustia, cómo crecen los precios de su cesta de la compra, debiendo re­ducir cuantías de consumo o variar su dieta en la búsqueda de precios más bajos compatibles con su renta disponible y tal vez con ésta en baja, también.

Esa es la dura consecuencia de la guerra de Ucrania que está poniendo en peligro la economía mundial y de modo es­pecial la economía y la seguridad agroalimentaria, especialmente en países en vías de desarrollo.

Hoy aquel Juan de Vargas viviría preocupado por tener que cursar la solicitud de las ayudas PAC en plazo, inquieto por las consecuencias de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, por las amenazas que se ciernen por una agricultura más verde y lo que refleja el documento De la Granja a la Mesa (FTF), por el cambio climático y sus riesgos además de los que le vendrían encima por las medidas a adoptar para combatir dicho cambio… Era, fue, sin duda una vida y un entorno menos intervenido y menos angustiosos que el ac­tual.

Y además, los ángeles bajaban y labraban aquellas tierras… Él hizo milagros pero además aquella vida era milagrosa…

Un cordial saludo

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