Construir una nueva PAC acorde con las nuevas necesidades. Por Jaime Lamo de Espinosa

Construir una nueva PAC acorde con las nuevas necesidades. Por Jaime Lamo de Espinosa

Los riegos sufren y en especial los del trasvase Tajo-Segura, que viven bajo una constante amenaza pese a informes técnicos que no lo justifican, informes muy fundados contrarios a aumentar los caudales ecológicos del Tajo por innecesarios.

Por Jaime Lamo de Espinosa, director de Vida Rural.

Querido lector:

Hace unos días, el pasado 15 del actual, publicaba en el diario La Razón, el periodista Abel Hernández, una columna que he creído oportuno reproducirla. A los que te­ne­mos algunos años nos trae, me ha traído, los recuerdos de un campo que ha desparecido, que se nos ha ido, que ya no está… Pero será mejor que lean estas líneas que siguen y luego haré algunos comentarios.

“Está desapareciendo el mundo campesino tradicional. Se ha producido una fractura histórica en un período de tiempo muy breve. Ha ocurrido con naturalidad. No ha sido un final épico. Como dice Marc Badal en «Vidas a la intemperie», los campesinos se han ido en silencio, «víctimas de un etnocidio de rostro humano». Nadie se ha mo­lestado en agradecerles los servicios prestados.

En los pueblos que sobreviven, la actividad agraria ha dejado de ser el eje del entramado social. Ahora prevalecen los servicios. Se impone la mecanización e industrialización del campo desde frías y lejanas oficinas con ordenador. Las tareas tradicionales, de la siembra a la recogida de la cosecha, han desaparecido. No se ven caballerías en las calles ni por los caminos. Los viejos molinos están abandonados. Las artesas, arrumbadas, y los hornos, apagados. Los aperos de labranza –el arado, el yugo, el trillo…– yacen en un rincón comidos por el orín y la humedad. Ni siquiera se echa de menos el bardal cuando se acerca el invierno. La leña, en es­tos tiempos de penuria energética, con el gas y la electricidad por las nubes, ha dejado de ser elemento imprescindible en las mo­dernizadas casas rurales.

Los ingredientes principales de la vida de los pueblos son ya similares a los de la ciudad, con algunos antiguos aderezos residuales. Horas muertas frente al televisor, desplazamiento constante en coche a la ciu­dad, principalmente los jóvenes que quedan, para acudir cada mañana al trabajo. Las campanas mudas en la torre toda la semana, la escuela cerrada, fríos saludos con nuevos vecinos desconocidos, recién lle­gados… Apenas quedan ya familias nu­merosas, que era la base social del campo. Las familias empiezan a estar ya tan atomizadas como en la ciudad, pero mucho más envejecidas. El trabajo productivo y el trabajo doméstico han dejado de ser indisociables, como ocurría hasta hace unas docenas de años, antes del gran éxodo.

Nadie puede discutir la magnitud de esta transformación silenciosa. Como apunta también Badal, el campo para la mirada urbana es la distancia que hay que atravesar, lo que se ve de soslayo a través de la ventanilla del coche, «una imagen congelada, una realidad muda, un entorno residual, vestigio de un tiempo superado». Queda, si acaso, la magnificencia de las ruinas y la proximidad de la Naturaleza. Aún se siente el paso de las grullas y de las estaciones. Todavía existen calderones de silencio. Poco más. Si acaso, el hecho de que no se ha borrado del todo la memoria. Pero los pueblos ya no son lo que eran. Está muriéndose por abandono una civilización milenaria”.

Hasta aquí las preciosas y nostálgicas líneas de Abel Hernández. Lo que escribe forma parte de su esencia, de su vida más personal y de sus sentimientos más íntimos. Hay tres libros suyos publicados en la editorial Guadix que narran la vida de su pueblo (Sarnago) cuando era joven y tocaban las campanas y los chicos iban al cam­po, a la siega, a la era, a cazar, etc., “His­to­rias de la Alcarama”; otro, “El caballo de cartón”, que narra su pueblo ya muerto, las campanas caídas, el pueblo vacío, sin na­die, y un tercero que describe su vieja nostalgia por aquellos lares, “Leyendas de la Alcarama”. En todos se observa el dolor por aquellas antiguas costumbres y trabajos hoy desaparecidos. Al igual que en la co­lum­na que me he atrevido a reproducir.

Hoy si hablamos del campo debemos narrar otra agricultura, otro mundo, un mun­do semivacío en gran parte de nuestro territorio, y allí donde subsiste la agricultura ha­yamos un mundo tecnologizado, los tractores y las cosechadoras, la digitalización, las granjas intensivas frente a la ganadería que pastaba libre en los campos, la caza que va camino de ser cuasi prohibida (los lobos siguen haciendo de las suyas, sin límites ahora –por cierto que la Eurocámara pide cambiar la protección al lobo para proteger al ganado–), el coste de los consumos intermedios –abonos, piensos, energía, etc.– ne­ce­sarios para producir rentablemente, el coste de los alimentos y la nueva cadena alimentaria, el e-commerce, la inflación –en octubre los alimentos han visto aumentar sus precios en el IPC un 15,4%, cifra no co­nocida desde 1994–, etc. A lo que se añaden las limitaciones productivas en agricultura y ganadería con la finalidad de reducir los Gases de Efecto Invernadero con recomendaciones de organismos internacionales durísimas contra el consumo de carnes rojas.

Y por si eso fuera poco, la sequía, que no es nueva en nuestra geografía –recordemos aquello de la “pertinaz sequía”– pero que este año se ha agravado por el cambio climático. Tenemos los pantanos en una muy difícil situación, la reserva de agua se encuentra al 32,9% tras aumentar en 195 hm3 la semana pasada, el Guadalquivir está en niveles casi desconocidos, se han arbitrado ya medidas de restricciones en suministros de agua en diferentes lugares de España, los riegos sufren y en especial los del trasvase Tajo-Segura, que viven bajo una constante amenaza pese a informes técnicos que no lo justifican, informes muy fundados contrarios a aumentar los caudales ecológicos del Tajo por innecesarios,… Y si miramos hacia el exterior, hasta en los Alpes preocupa el calor que derrite los hielos llegando al extremo de que en Suiza se plantean la construcción de embalses y presas.

Y ahora, fines de noviembre, los meteorólogos nos anuncian un brusco descenso de las temperaturas coincidiendo con el puente de diciembre, iniciándose así el invierno meteorológico. Se­ría la primera entrada de frío extremo de la temporada, sería un frío siberiano…

Tenemos otro clima y tendremos que hacer otra agronomía para la agricultura y es necesario potenciarla, no añadirle problemas o limitaciones, porque debemos atender nuestras necesidades alimentarias, las de España, las de Europa y las del planeta. Es necesario construir una nueva PAC, otra, una “nueva, nueva PAC”, acorde con esas necesidades y que facilite las tareas de nuestros agricultores y ganaderos con una mayor solidaridad fi­nan­ciera. Y es urgente.

Un cordial saludo.

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